A 2 de abril de 1794
“Nunca pensé que el proyecto que llevábamos elaborando durante meses pudiera llegar a ser mostrado, y aquí estoy yo, Anaïs Goullier, dejando por escrito el proceso que mis amigas y yo llevamos a cabo para lograr lo que hicimos. Pero antes, debería poneros en contexto.
Soy Anaïs Goullier, costurera en el taller de mi prima desde que tengo 14 años. Nuestro taller se encuentra en el centro de París y está controlado por la primera asociación gremial independiente totalmente femenina, que, en parte, ejerce menos control sobre nosotras. Ahora tengo 21 años, y tras múltiples charlas en el taller de costura con mis compañeras y varios eventos de los que he formado parte, pertenecía al Club de las Republicanas Revolucionarias. A día de hoy, mi vida y la de Claire corren peligro.”
A 27 de julio de 1792
Anaïs se encontraba trabajando en una chaqueta a medida que le había sido encargada varios días atrás. Al mismo tiempo que bordaba, hablaba con su prima Letizia y sus amigas Emma, Amelie y Colette sobre un artículo de períodico que habían podido leer sobre una mujer perteneciente a los Cordeliers que se presentó en la Asamblea Nacional y dio un discurso que, aparentemente, escandalizó a la ciudad:
– No entiendo cómo tantos parisinos pueden seguir teniendo una imagen tan horrible de nosotras, las mujeres, quienes no merecemos menos que el resto de la sociedad – se apenaba Amelie, concentrada en su labor.
– Tienes razón, Amelie. ¿Es tanto pedir que se nos dé el derecho a decir lo que pensamos sin ser juzgadas por el simple hecho de ser mujeres? -. Todas asintieron con la cabeza, dándole la razón a Letizia.
En ese mismo momento se abrió la puerta del taller; se trataba de una mujer alta y bella de unos 25 años. Las cuatro costureras se asombraron por los pantalones que portaba, no era muy común ver a una mujer con pantalones y menos con un estampado tan peculiar: a rayas rojas y blancas.
La mujer al darse cuenta, orgullosa les preguntó:
– ¿Os gustan, verdad?- dijo con una sonrisa a la que todas correspondieron. – Si tanto es así, probablemente os guste más lo que vengo a deciros.
Anaïs miró de reojo a Colette, quien tenía los ojos como platos. No le sorprendía, aquella mujer les parecía de lo más interesante.
– ¿Qué la ha traído por aquí, madame? – inquirió Letizia.
– Por favor, no me tratéis de usted. Soy Claire Lacombe, y aunque haya frecuentado este local más de una vez, no se acordarán de mí, pues tenéis mucha clientela y siempre he venido algo más discreta, se podría decir… – comentó, mirándose los pantalones.
A ninguna de ellas les sonaba aquel nombre y seguían sin entender qué hacía aquella mujer allí.
– Como he dicho, he venido por aquí en varias ocasiones y os he podido oír hablar sobre la poca importancia que creéis que se le da a la mujer en el mundo y venía a pediros que participéis conmigo en un proyecto que tengo en mente.
Las cuatro se quedaron desconcertadas, no esperaban que se las oyese hablar desde fuera, pero aquello no era su mayor preocupación.
Claire sacó el periódico que portaba bajo el brazo y lo extendió en el mostrador:
– Aquí se habla de lo que dije ayer, pero no de quién soy.
En aquel instante todas se dieron cuenta de ante quién se encontraban y se levantaron de un salto, inmediatamente interesadas por lo que aquella mujer les tenía que decir.
– Madame Lacombe, no sabe lo de acuerdo que estoy con usted, ¡es todo un placer tenerla aquí delante! – exclamó Anaïs, ilusionada.
– De nuevo, no me tratéis de usted, no soy más que vosotras. Y me alegro de que pienses como yo, por ese mismo motivo me encuentro aquí. Venía a proponeros que forméis parte de algo muy grande, lo más importante que hayan podido hacer las mujeres hasta ahora -. No hizo falta que dijera más, ya tenía a Anaïs y a sus amigas con ella.
– ¡Por favor, Claire, cuéntanos más! – le pidió Colette. A Claire se le iluminó el rostro al ver la ilusión de las chicas.
– Bien – carraspeó y se puso seria-, dentro de un par de semanas vamos a asaltar el Palacio de las Tullerías, y ese será solo el principio de todo. Muchos hombres están creando clubes en los que discuten sobre sus ideas políticas, y a mi compañera Pauline Léon y a mí nos gustaría hacer algo parecido, solo que constituido por mujeres y bautizarlo como “Club de las Republicanas Revolucionarias”. ¿Qué me decís, os gustaría formar parte de esto?
– No sé… parece algo peligroso. ¡Nos podrían arrestar por esto! – pronunció Amelie algo inquieta.
– Venga, Amelie. ¿Cuántas veces hemos hablado de lo oprimidas que estamos y de cómo nos gustaría que se nos tuviera en cuenta? Esta es la oportunidad perfecta para hacerlo – le reprochó Letizia.
Dudó durante unos segundos, pero finalmente dijo:
– De acuerdo, tienes razón. Vamos a hacer esto -. Anaïs se le lanzó y le dio un abrazo cargado de efusividad. Claire sonrió hacia el suelo, ilusionada por la alegría de la joven.
– ¡Podríamos usar el sótano de nuestro taller como centro de reuniones! – exclamó ésta al instante.
– Sería muy buena idea, nadie sospecharía de ver entrar a muchas mujeres a un taller de costura -. En ese momento, todas miraron a Letizia, esperando una aprobación por su parte, pues el taller era suyo.
– Sin ningún problema, ¿cuándo sería la primera reunión?
– Mañana mismo. Os presentaré a Pauline y a dos hombres que nos están siendo de mucha ayuda, Marat y Robespierre. Además, aprovechando que sois costureras os quería pedir algo que, aunque llevará más tiempo, será muy significativo. Pero para ello, nos tenemos que mover rápido y de forma muy discreta…
A 1 de agosto de 1792
– Letizia, ya hemos recogido 54 trozos de tela. ¿Cuántos más necesitamos?
– Recogeremos 40 trozos más. Robespierre nos traerá 10 mañana.
– Perfecto. Creo que nos está quedando muy bien, a Claire le va a encantar.
A 3 de agosto de 1792
Entraron tres mujeres susurrando al taller.
– Buenos días, ¿qué las trae por aquí?
Aunque el taller estuviera vacío, la que parecía más mayor le dijo susurrando aún:
– ¿Es aquí donde recogen la tela…?
– Sí, sí es aquí. ¿Traen mucha?
– Bueno, la que hemos podido recoger. Espero que les sea suficiente.
Anaïs miró dentro de la bolsa que la mujer le mostró.
– Genial, muchísimas gracias por colaborar.
Las tres mujeres le sonrieron ruborizándose, habían hecho eso a escondidas de sus maridos. No se podían imaginar lo que sus maridos les harían si se enteraran de en lo que estaban participando.
A 9 de agosto de 1792
– Mañana es el gran día. ¿Nos ha quedado claro a todos el plan? – preguntó Robespierre en el sótano de aquel taller.
– Sí – dijeron todos al unísono.
– Perfecto, veréis como todo sale bien. Nos vemos mañana.
Aunque el plan lo hubiesen ideado poco más de una decena de personas, había cientos de participantes que iban a asaltar el Palacio mañana por la mañana.
– Que descanséis – les dijo un rato más tarde Claire, saliendo por la puerta del taller cuando solo quedaban Letizia y Anaïs.
– Buenas noches, Claire – le respondió con una sonrisa tímida Anaïs.
A 10 de agosto de 1792
Anaïs se encontraba en medio de todo el barullo. No se podía creer que de verdad lo estuviera haciendo. Hacía horas que empezaron los disturbios y ella se mantenía al lado de Claire; para ese día todas se pusieron de acuerdo y decidieron llevar los pantalones a rayas rojas y blancas que en su día asombraron a las costureras. Sabía que sus amigas estarían bien, se encontraban con Marat y eso la tranquilizaba. Sumida en sus pensamientos, oyó de pronto una bala y a Claire gritar.
– ¡Claire! ¿Te ha dado?
– Sí, en el brazo. Pero no pasa nada. Arranca un trozo de mi chaqueta y apriétame en la herida, puedo seguir.
– Pero, Claire…
– Anaïs, hazme caso. No podemos quedarnos atrás ahora.
Cuando lograron alcanzar la Asamblea, Anaïs buscó con la mirada a sus amigas, quienes se reunieron con ella a los pocos momentos y se fundieron todas en un abrazo victorioso. Claire tenía el brazo herido y le dolía, pero eso no le impidió seguir luchando; fue por esto por lo que se le atribuyó el apodo de “Heroína de Agosto Décima”. Este nombre fue corriendo de boca en boca y fue bien conocido entre todos los insurgentes que participaron en el asalto.
Cuando el desfile de cabezas de guardianes en picas hubo terminado y hubieran curado el brazo de Claire, ésta acompañó a Anaïs y Letizia al taller para que descansaran. Cuando llegaron Letizia entró directamente dispuesta a echarse a dormir pero Anaïs se quedó en la puerta a despedir a Claire.
– Gracias por habernos ayudado, ha significado mu… – no pudo terminar la frase. Anaïs le dio un tímido beso en los labios. No sabía si lo que sentía por Claire era normal, pero lo que sí que sabía es que era real y que no lo había sentido nunca por nadie.
Anaïs se apartó, esperando una respuesta por parte de Claire. Ante su silencio, Anaïs empezó a decir, titubeando:
– Lo-lo siento, no he podido no…- y Claire le devolvió el beso. Agradecieron que fuera de noche y que no hubiera nadie en la calle, aunque no quisieron arriesgarse demasiado y se separaron más pronto de lo que a Anaïs le hubiera gustado. Se miraron y sonrieron.
– Buenas noches, Anaïs. Mañana nos vemos – dijo girándose Claire.
– Descansa, Heroína de Agosto Décima – le contestó riendo Anaïs.
A 11 de Agosto de 1792
Una anciana con la que supusieron que era su nieta entró en el taller, sonriente.
– Buenos días, jóvenes. ¿Sois vosotras las que recogéis la tela?
– Efectivamente, madame.
– Bien, bien. Vamos, Alice, dale la bolsa a la chica.
– Toma – le sonrió emocionada la niña a Letizia.
– Muchas gracias, bonita.
A 7 de febrero de 1793
– ¡… y así queda oficialmente inaugurado el “Club de las Republicanas Revolucionarias”!
Las veinte mujeres que cabían en el sótano del taller exclamaron de la alegría y Anaïs besó a Claire. Estaban logrando aquello que hacía meses les había propuesto y eran más felices que nunca.
– ¿Cómo va la recogida de telas? – se interesó Emma.
– ¡Llevamos más del doble de lo que esperábamos recoger! – exclamó entusiasmada, Letizia.
A 12 de mayo de 1793
Aquel día hubo una revuelta en la Vendée de la que las costureras salieron ilesas y que después pudieron celebrar.
De vuelta a casa, una chica de no más de 15 años las paró por la calle:
– ¡Eh! ¿Eres la Heroína de Agosto Décima?
– Esa soy yo – se giró Claire.
– ¡Menos mal que te he encontrado! Ya le había preguntado a otras seis mujeres… – dijo exhausta. – Vengo a traerte estos trozos de tela, no he podido encontrar más. Lo he hecho a escondidas de mis padres, pero quiero que sepas que te apoyo.
– No te preocupes, esto ya significa mucho – abrazó a la joven.
Y con este gesto se despidió de ella y volvió aligerada hacia el resto de las chicas. Le dio la mano a Anaïs y volvieron felices al taller.
A 16 de septiembre de 1793
– ¡No me puedo creer que la hayan detenido! No ha hecho nada. Estos jacobinos no hacen más que ir inventándose cosas sobre nosotros, los Cordeliers.
– No te alteres, Anaïs. Seguro que sueltan a Claire en nada, no tienen pruebas en su contra. Lo que no esperaba es que fuese Robespierre quien la acusara de darle asilo a aristócratas; es impensable.
Y como si las hubiera estado escuchando, Claire entró en ese instante y las abrazó.
– Parece que me habéis echado de menos – rió ella.
– ¿Cómo te han soltado tan pronto?
– Bueno, no tenían pruebas en mi contra y no me podían dejar allí encerrada.
– ¡Qué alegría que estés bien!
A 7 de octubre de 1793
– Letizia, ¿lo tenemos todo preparado?
La noche anterior, se habían colado en la Convención y habían dejado preparado el manto que llevaban preparando durante meses, listo para tirar de la cuerda y que se desplegara para que lo pudieran ver todos.
– ¡Nuestros derechos son los del pueblo, y si a nosotras se nos oprime, sabremos oponer la resistencia a la opresión! – Esta frase era la señal de abrir el manto. Claire y Letizia tiraron de la cuerda y el manto se desplegó sobre la pared trasera de la Convención. Una bandera para Francia creada por los Cordeliers que contaba con una cruz azul en el centro y las esquinas rojas y blancas se extendió al fondo de la Convención y las mujeres fueron echadas del edificio a la fuerza. Fuera, gritaron entusiasmadas por lo que acababan de hacer.
A 9 de octubre de 1793
Todos los clubes de mujeres habían sido prohibidos. Sabían a qué se arriesgaban cuando irrumpieron en la Convención y habían tenido suerte de que no las detuvieran.
No dejaron que esto significara un golpe para ellas y siguieron luchando por que se tuviera a la mujer en cuenta en la vida política.
A 2 de abril de 1794
“… mi vida y la de Claire corrían peligro.
– ¿Dónde nos esconderemos?
– No lo sé, Anaïs. Solo sé que tenemos que irnos de París. Letizia y Pauline vendrán con nosotras. Nos iremos esta noche.
No había terminado la frase cuando dos guardias entraron estruendosamente en el taller y se llevaron a Claire detenida.
– Madame Claire Lacombe, queda usted detenida.
– ¡No pueden hacer eso! ¿Ha cometido algún delito, acaso? – grité. En un momento, todo mi mundo se me había venido abajo. No respondieron y sacaron de allí a Claire antes de que me diera tiempo a decirle adiós.”
A 18 de noviembre de 1794
“Eran en vano todos mis intentos de encontrar a Claire en las diferentes prisiones a las que iba. No lograba averiguar dónde estaba y la tristeza me iba consumiendo día a día. Los Cordeliers habíamos sido derrotados por los burgueses y todo lo que habíamos logrado se fue desmantelando en cuestión de meses.
Ya no tenía fuerzas para seguir trabajando en el taller; eran Claire y la motivación por cambiar el mundo por lo único por lo que vivía y ya no me quedaba nada.
Es por eso que hoy me encuentro escribiendo esto, mi carta de despedida.
Letizia, gracias por haber sido como una hermana mayor para mí y por siempre haber apoyado aquello que tenía con Claire. Si alguna vez la vuelves a ver, por favor dale la carta que lleva su nombre.
Por favor, entiéndeme.
Anaïs Goullier”
A 20 de agosto de 1795
Claire acababa de ser liberada y se dirigió directamente al taller de costura.
– ¡Letizia! – Fue corriendo a darle un abrazo.
– ¡Claire! ¿Dónde te llevaron? Intentamos encontrarte, pero nunca nos decían nada.
– He estado en diferentes prisiones, no sabría decirte en cuantas… ¿Dónde está Anaïs? ¿Ha salido?
Letizia se dio la vuelta y anduvo hacia el sótano, invitando a Claire a que la acompañara. Debido al silencio, la recién llegada se esperaba lo peor, pero no estaba preparada para oírlo.
Cuando llegaron al final del sótano, Letizia sacó un sobre del cajón del escritorio y se lo entregó a Claire. En él había escrito: “a la Heroína de Agosto Décima”.
– No lo he abierto. Siempre tuve la esperanza de que volvieras, pero Anaïs no pudo lidiar con la tristeza que tu detención le daba.
Claire rompió a llorar y guardó el sobre en esos pantalones a rayas que tanto le gustaban a Anaïs. Letizia la abrazó y así se quedaron hasta bien entrada la noche.
A 22 de agosto de 1795
La carta de Anaïs dejó a Claire destrozada. Ya nada en París tenía sentido sin ella. Lo cierto era que estando en la cárcel, ella también había pensado en suicidarse por el sentimiento de vacío que la inundaba, y si no lo había hecho era porque esperaba ir a buscarla en cuanto saliera. Lo que la sorprendió fue que Anaïs estuviera tan enamorada como ella, no podía explicar lo viva que me sentía con ella.
Sentía que tenía que seguir luchando por los derechos de las mujeres, aunque fuese desde la sombra. Lo iba a hacer por Anaïs y por ella misma.
Relato corto por Julia Meroño Egea. 1º de Bachillerato. Curso 2021/2022