Laura María Quesada García
2º Bachillerato/Ciencias Naturales
Año 2021-22
Comic que muestra a tres hombres. Las banderas y los sentimientos que manifiestan son diferentes: los que sostienen las banderas de País Vasco y Cataluña desprecian irritados al que sostiene felizmente la bandera de España.
Comic que muestra a tres hombres. Las banderas y los sentimientos que manifiestan son diferentes: los que sostienen las banderas de País Vasco y Cataluña desprecian irritados al que sostiene felizmente la bandera de España.

Desde hace más de ochocientos años, las personas se identifican bajo una bandera, ya sea la representación de un país, provincia, etc. Aunque, vistos los conflictos a los que pueden conducir las banderas y los sentimientos que producen, ¿merece realmente la pena conferirles tal peso simbólico? Adelanto que, por lo que a mí respecta, no la merece.

En primer lugar, cabe destacar que las banderas han sido, son y serán un factor que crea barreras entre las personas. Y, si bien la delimitación territorial alcanza a ser necesaria para la correcta administración de un país, asignar color y forma a distintos territorios puede acentuar sentimientos nacionalistas agresivos. En el caso de España, aun dentro del mismo país, se aprecia un dramático separatismo y odio infundado hacia otras comunidades autónomas. Juegan las banderas en ello un papel claro: la unidad que simboliza la bandera española queda disgregada en las banderas e iconos de cada comunidad. Así, ocurre que, en cualquier revuelta habida y por haber vinculada con este tema, no han de faltar las banderas. Cientos de personas las portan, como materialización de su peso legitimatorio. También es prueba de su valor exacerbado el acto de «jura de bandera»: donde besar una tela rectangular coloreada se traduce en prometer fidelidad y protección a la patria.

Sin embargo, gracias a la globalización cultural, ciertas banderas han ascendido a un plano estético. A día de hoy, no es raro encontrar camisetas que posean la bandera estadounidense o la de Reino Unido. En cambio, portar la española conlleva el riesgo de ser llamado «facha», como ocurrió a un hombre de 60 años en Gijón, quien además fue golpeado. Solo explica este incidente la incapacidad de desprender a dicha bandera de su significado histórico y político. Otro aspecto que se debe tratar es la excesiva protección que se confiere a estos símbolos. En nuestro país, la quema de la llamada Rojigualda se contempla en el código penal como un acto de ultraje (y, como tal, es penado). Incluso un país como Alemania, en el cual el sentimiento nacionalista es mermado por los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a castigar con penas carcelarias la quema de la bandera nacional en 2020. Pero, ¿acaso se puede ofender a una bandera? ¿Hemos de reflejar en ellas derechos humanos y hacerlas iguales a nosotros ante la ley?

Con lo anterior, se puede concluir que, cuanto más peso simbólico reúnan iconos como una bandera nacional, más discordia son capaces de generar. Resultan inofensivas, en cambio, cuando se las trata por lo que son: simples formas de libre y pacífico uso identificativo, si acaso decorativo o estético. En suma, considero la adoración a la bandera o su humanización ante la ley actos exacerbados.