En años recientes, nos hemos acostumbrado a recibir información de manera constante. Ya ni siquiera hay que poner el telediario, las notificaciones del teléfono móvil nos mantienen al tanto: «Profesores afganos obligados a huir del Talibán»; «Matan a tiros a un activista venezolano y fuerzan a su mujer y a sus hijas a presenciar la ejecución»; «La policía alemana desmantela la mayor red de pedofilia del país, con bebés entre sus víctimas». Estos tres titulares son de un mismo día. Cabe esperar que, llegado este punto, la población haya desarrollado una cierta insensibilidad.
Sin embargo, la generación de jóvenes actual es la más vulnerable frente a los problemas mundiales. ¿A qué se debe esto? A que cada vez, somos más extremos con nuestras opiniones, nos identificamos más con ellas, las defendemos con mayor pasión y las entendemos como parte de nuestro ser. Por ende, nos tomamos cualquier «ataque» hacia ellas de manera personal. ¿Las redes sociales fomentan la polarización?
La polarización en redes sociales es un fenómeno fácilmente observable en los últimos años. Los extremos son cada vez más radicales y cobran mayor protagonismo. Está claro: Internet es el principal culpable de que, hoy en día, no se pueda decir nada sin ofender a medio país. En mi opinión, las redes sociales están cultivando una sociedad intolerante: o blanco, o negro. Aquí no admitimos el gris.
El algoritmo que utilizan las redes como Instagram o Twitter es muy poderoso; sabe lo que el usuario quiere ver y es lo que le muestra. Todo el día, ve publicaciones que le dan la razón, algunas hasta acompañadas por datos o gráficas. No se ofrece la posibilidad de ver otros puntos de vista; seguramente llegue el momento en el que el usuario tampoco quiera conocerlos. «Yo tengo razón, todo el mundo piensa igual que yo y el que no lo haga es tonto». Este es el primer paso de la polarización.
Una vez que Mark Zuckerberg ha convencido al usuario de que conoce todas las verdades del universo, llega el segundo paso. A todos nos ha salido alguna vez una publicación de un imprudente diciendo barbaridades (del otro bando, por supuesto). Nos parece, en ese momento, que todo el que tiene una opinión similar es un extremista y, sin darnos cuenta, nos radicalizamos un poco más. En la mayoría de los casos, esto no es cierto. Sin embargo, es obvio que se va a viralizar una opinión impactante antes que una persona que argumenta su punto de vista con tranquilidad y coherencia; la primera llama más la atención.
Pues bien, llegado este punto, el usuario conoce todas las verdades del universo y, además, sabe que el enemigo está desequilibrado. El enemigo, evidentemente, también conoce todas las verdades del universo y sabe que «los otros» están desequilibrados. A este ambiente caldeado, falta añadir otro gran problema de las redes: la inmediatez. En un mundo en el que se suben 695.000 publicaciones a Instagram cada minuto, solo existe una manera de cosechar aquellos codiciados «me gusta»: dando la nota. En un Tweet de 280 caracteres no hay espacio para argumentar y dialogar; solo caben insultos, falacias y datos manipulados. La gente que sube este tipo de contenido odioso es la misma que acumula miles de seguidores. Por lo tanto, son los que llevan la voz cantante.
Como el lector puede comprobar, Internet está logrando fragmentar al pueblo. Todos los temas son polémicos y nadie quiere escuchar al adversario. Desgraciadamente, esto ya ha empezado a causar problemas fuera de la pantalla: vemos partidos políticos cada vez más extremistas, manifestaciones cada vez más violentas y bandos cada vez más marcados. Ni siquiera es posible alcanzar un acuerdo en algo tan evidente como la existencia del cambio climático. Es mucho más grave de lo que parece y el problema es que nadie se ha detenido un instante a preguntarse qué consecuencias puede acarrear esta actitud.
En conclusión, las redes sociales fomentan la polarización en nuestra sociedad y prácticamente nadie está a salvo. El problema dejó de ser exclusivamente virtual hace tiempo y ya podemos observar cómo afecta al mundo real. Por ello, creo firmemente que deberíamos volver a ser tolerantes con las opiniones ajenas, porque la polarización es, sin lugar a duda, la mayor amenaza del siglo XXI.